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Atlantic Review of Economics 

            Revista Atlántica de Economía

Colegio de Economistas da Coruña
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Volumen 4 Número 02: La cuestión del monopolio en la tradición marxista y en Paul Marlor Sweezy (1910-2004).

Diego Guerrero
Universidad Complutense

Reference: Received 1st January 2005; Published 2nd february 2005.
ISSN 1579-1475

Este Working Paper se encuentra recogido en DOAJ - Directory of Open Access Journals http://www.doaj.org/

Resumen

El monopolio es claramente una excepción en el seno del capitalismo industrial contemporáneo, en relación con otras formas de competencia (libre, no "perfecta", competencia). Sin embargo, hay toda una corriente del pensamiento económico marxista (y no sólo de éste) que, en contra de lo que pensaba el propio Marx, lo concibe como la norma que caracteriza la época del "capitalismo monopolista" (siglo XX) que habría supuestamente sucedido a la fase de "libre competencia" (siglo XIX). En este trabajo se contrapondrán estas dos interpretaciones del monopolio haciendo referencia, por una parte, a los clásicos y Marx, y por otra parte a la tradición que arrancando de Engels y Hilferding (y el no marxista Hobson) se extiende desde Lenin hasta Sweezy y Baran y sus seguidores.

Abstract

Monopoly is clearly an exception in contemporary industrial capitalism when compared with other forms of (dynamical, not perfect) competition. However, there is a current in the Marxist Economic thought (and also outside Marxist thought) that conceives monopoly, in contrast to Marx´s own idea, as the norm characterizing the stage of "monopolist capitalism" (XXth Century) that would supposedly have succeeded the stage of "free competition", typical of the XIXth Century. In this paper these two interpretations of monopoly will be confronted each other, starting from the classics and Marx on the one hand, and from the tradition that springs from Engels and Hilferding (and the non Marxist Hobson) and spreads out to Lenin, Sweezy, Baran and their followers.


Introducción


   En este artículo se defiende la idea de que la concepción del monopolio de Paul Sweezy resume a la perfección una de las dos corrientes en que se ha dividido la tradición marxista desde la época de Marx. Sweezy es el autor más conocido de lo que podríamos llamar interpretación "leninista". Esta interpretación procede del propio Lenin (1917) y sus inspiradores Hilferding y Hobson (más éste que el primero) y se remonta en realidad a Engels e incluso a otros autores socialistas anteriores como Proudhon 1. Por otra parte, Marx (1847; 1857-8; 1861-3; 1867; 1894) tenía una interpretación muy diferente, que ha sido seguida por una pequeña minoría de economistas contemporáneos, como J. Weeks, A. Shaikh y pocos más.


1. La tradición marxista que Sweezy ha mantenido viva


   La identificación por parte de Lenin entre imperialismo, o "capitalismo de nuestra época", y capitalismo monopolista -la fase monopolista del capitalismo- ha sido probablemente el factor más influyente en el hecho de que aún hoy el significado de ambos términos se haya asimilado en la práctica en varias áreas de pensamiento. Un defensor de estas tesis, muy próximo a Sweezy por otra parte, ha señalado que "los marxistas han usado distintos nombres para esta nueva etapa del capitalismo desde que hizo su aparición: capitalismo financiero, imperialismo, neocapitalismo, capitalismo tardío", pero la idea principal es que "el modelo atomizado y competitivo de capitalismo [...] ya no es el modelo del capitalismo actual" pues "ha sido desplazado por una estructura substancialmente diferente" (Braverman, 1974, p. 251).

   Muchos otros marxistas contemporáneos, en especial rusos y cubanos, dan por supuesta la existencia del capitalismo monopolista hasta tal punto, y usan una terminología tan consolidada, que se refieren sencillamente a la fase "previa" del capitalismo como "capitalismo premonopolista" o "fase premonopolista del capitalismo" (véase por ejemplo Rymálov, 1983, pp. 36, 32), argumentando que en tiempos de Marx y Engels, "como es natural, ellos no podían prever que el capitalismo iba a pasar a una fase superior de desarrollo, pero observaron con perspicacia [...] una tendencia hacia la monopolización" (ibid., p. 40).

   La posición que refleja la siguiente cita de Maurice Dobb es un buen ejemplo de una interpretación más matizada. Dobb parte de una concepción similar a la ya comentada y habla de "desarrollos de lo que ha dado en llamarse Capitalismo de Estado o Capitalismo monopolista de Estado, en buena medida novedosos en cuanto a cantidad y calidad"; y añade que el segundo término fue "empleado por Lenin para designar ciertos desarrollos sobrevenidos durante la primera guerra mundial; por ejemplo en 1921, cuando incitó a estudiar especialmente ´el capitalismo de Estado de los alemanes´ (artículo sobre el Impuesto en Especie, 21 de abril de 1921)" (Dobb, 1962, p. 455). Sin embargo, el sentido histórico de Dobb lo lleva a matizar y a la vez a tratar una segunda característica del marxismo tradicional: la lucha de clases:

   "Resulta inconcebible que estas tendencias al capitalismo de Estado introduzcan, per se, un cambio radical, ya sea en el carácter del Estado o en el sistema prevaleciente de relaciones sociales (como han supuesto algunos). Propiciar tal posibilidad significa adoptar un punto de vista puramente superficial (...) Pero ello no significa que tales desarrollos del capitalismo de Estado no puedan modificar, en este o en aquel sentido, el funcionamiento del sistema económico. En ciertos aspectos lo modificaron evidentemente. Pero el grado y el sentido de ese cambio dependerán, esencialmente, de la correlación de fuerzas sociales y, en especial, del poderío político y económico del movimiento obrero" (ibid, pp. 456-7).

   En realidad, esta teoría de Lenin fue seguida después por todos los leninistas, pero también por muchos marxistas no leninistas, e incluso por muchos autores no marxistas. Entre los marxistas que han seguido después esta línea interpretativa, citaremos brevemente varios ejemplos. Por ejemplo, Natalie Moszkowska (1929),2 que se basa en Hilferding (1910); al igual que el marxista inglés John Strachey, luego convertido en keynesiano, quien asegura:

   "La sociedad de 1955 es algo muy diferente de lo que era hace 100 años (...) o inclusive de lo que era hace 50 años (...) Así, un entendimiento tácito para abstenerse del rasgo básico de la competencia, que es el fijar precios de competencia, es la esencia de la metamorfosis que ha tenido lugar en nuestra economía [de forma que] las leyes de desarrollo de la etapa más antigua del sistema ya no son válidas plenamente para la nueva etapa (...) La especie es todavía reconocible; pero ha experimentado una mutación [...los gerentes] empiezan a ser capaces de afectar los precios [y] afectar el nivel de sus propias ganancias" (Strachey, 1956, pp. 17, 32-36).

  Pero este "argumento", usado muy a menudo por otros muchos autores, también podría servir para justificar la posición contraria, pues si el transcurso de medio siglo basta para "probar" la transformación del capitalismo competitivo en capitalismo monopolista, las nuevas décadas transcurridas entre principios del siglo XX y la aparición del libro de Strachey deberían haber llevado al capitalismo a transformarse en otra cosa, al igual que tendría que haber ocurrido desde la publicación de ese mismo libro.
En realidad, la popularidad de la teoría del imperialismo ha llegado a ser tan grande entre los autores contemporáneos que incluso autores no marxistas, como Albert Hirschman (1981), tras escribir que Hegel tuvo "una teoría económica del imperialismo, mientras que Marx no la tuvo", se muestra tan convencido de la necesidad de adoptar una teoría así, que llega a criticar a Marx por no haber sabido aprovechar la teoría de Hegel que, en opinión de Hirschman, tendría que haber continuado Marx -y que Hirschman considera "muy similar a las ideas expuestas ochenta o noventa años más tarde por J. A. Hobson y Rosa Luxemburgo"-. La teoría de Hegel consiste, según Hirschman, en los siguientes elementos: "1) la creciente desigualdad de la distribución del ingreso; 2) como resultado de lo anterior, la deficiencia temporal o permanente del consumo en relación a la producción, y 3) en consecuencia, la búsqueda de nuevos mercados externos por parte del país capitalista avanzado en países que todavía no hayan sido ´abiertos´ por la empresa capitalista" (pp. 213-6).

   En ello no hay más paradoja de la que existe en el hecho de que en Lenin se pueda apreciar la influencia, no sólo del marxista Hilferding y del "institucionalista" Hobson (véanse Green 1987, Clarke 1987, Samuels 1987), sino asimismo la de muchos otros economistas burgueses preocupados con los monopolios y el imperialismo, por no hablar de la presencia de los lugares comunes más corrientes en todos los medios más conocidos de la prensa financiera de Estados Unidos y Alemania (que, según los interesantes artículos de Cain 1985, Etherington 1983, Willoughby 1995, y McDonough 1995, fue lo que, en definitiva, más influyó de hecho en el contenido del libro de Lenin).

   Por su parte, Sweezy -en quien pronto nos centraremos-, tras citar profusamente a Hilferding, se muestra parcialmente de acuerdo con todo lo que llevamos dicho. No en vano argumenta, con la teoría neoclásica, como veremos, que "la producción total de equilibrio es más pequeña y el precio de equilibrio es más alto cuando se introducen elementos de monopolio". Sin embargo, aunque está de acuerdo en que "no se ha descubierto ninguna ley medianamente general del precio de monopolio porque no existe ninguna", matiza que, aun así, es posible "partir de la teoría del valor (o del precio de producción) como base, y analizar la índole, si no la amplitud, de las modificaciones que el monopolio trae consigo" (1942, p. 298).

   De hecho, casi medio siglo después, Sweezy (1987) describía magníficamente la historia de esta idea del "capitalismo monopolista" a partir de sus orígenes. Señala que, tras Hilferding, las dos figuras fundamentales en este ámbito fueron Lenin y el polaco Michal Kalecki. Éste, que estaba elaborando en Polonia lo esencial de su modelo económico en la misma época en que E. Chamberlin, J. Robinson y R. Burns trabajaban sobre competencia imperfecta o monopolista, coincidía básicamente con las investigaciones contemporáneas de Keynes. Sin embargo, había entre estos dos últimos autores dos diferencias básicas: el análisis de la distribución desde un punto de vista clasista, y -lo que nos interesa más aquí- el papel concedido al monopolio por las dos teorías (mucho mayor en Kalecki).

   En realidad, lo que Kalecki (1938) hizo -y luego Sweezy repitió- fue en gran medida combinar dos tópicos de la economía marxista posterior a Marx -la teoría de la concentración y centralización del capital (interpretada a la manera de Engels, Hilferding y Lenin) y los esquemas de reproducción del segundo volumen de El Capital (a la manera de Rosa Luxemburgo)-, para llegar a la conclusión de que "el monopolio aparece profundamente enraizado en la naturaleza del sistema capitalista". Y de ello derivó, como corolario, la afirmación de que "un mundo en el que el grado de monopolio determina la distribución de la renta nacional es un mundo muy alejado de las pautas de la libre competencia".

   La relación de Kalecki con la teoría de Marx es bastante particular. Kowalik señala que "en los años treinta los marxistas no aprobaban la obra de Kalecki" (1971, p. 16), lo cual sólo sorprende parcialmente, si se tiene en cuenta que "Kalecki era bastante alérgico a la teoría del valor-trabajo, y también al marxismo dogmático" (Laski 1987, p. 10). Por su parte, su discípulo J. Steindl aclara la relación de Kalecki con la teoría de Marx por medio del siguiente comentario: "En una ocasión hablaba con Kalecki sobre las crisis del capitalismo. Ambos, como la mayoría de los socialistas, dábamos por supuesto que el capitalismo estaba amenazado por una crisis de existencia [...] pero a Kalecki no le convencían las razones que daba Marx para explicar por qué debía desarrollarse esta crisis", por lo que, tras preguntarse si tendrían que ver con el monopolio, "me sugirió trabajar sobre este problema", de forma que "era un problema muy marxista, pero mis métodos de análisis eran keynesianos" (Steindl 1984).3 Sweezy ha escrito que su libro conjunto con Baran, El capitalismo monopolista, es una versión sencilla de "una línea de pensamiento que se origina en Michal Kalecki y alcanza su máxima expresión en [...] Maturity and Stagnation in American Capitalism" [la obra de Steindl] (Sweezy 1981, p. 2).

   Pero aparte de Kalecki, Steindl y el propio Sweezy, otros desarrollos de la idea del "capitalismo monopolista" pueden encontrarse en autores tan distintos como Bujarin (1915), Strachey (1933; 1956), Baran (1957), Baran y Sweezy (1966), Eaton (1966), Sherman (1968), Braverman (1974), Magdoff (1978), Cowling (1982), Cowling y Sugden (1987), Sweezy (1991), Sweezy y Magdoff (1992). Baran y Sweezy escriben, sin embargo, que ninguno de los continuadores de Marx

   "intentó explorar las consecuencias del predominio del monopolio en los principios del funcionamiento y en las ´leyes del movimiento´ de la subyacente economía capitalista. Ahí, El Capital de Marx continúa su reinado supremo [...] Creemos que ha llegado el momento de remediar esta situación [...] no podemos contentarnos con remendar y enmendar el modelo competitivo que sostiene su teoría económica. Debemos reconocer que la competencia, que fue la forma predominante de las relaciones de mercados en el siglo diecinueve, ha cesado de ocupar tal posición, no solamente en Inglaterra sino en todas partes del mundo capitalista" (Baran and Sweezy, 1966, pp. 9-10).

   Por su parte, Dutt (1987) amplía aun más esta corriente hasta abarcar a Dobb, Sherman y Sylos-Labini, y la enfrenta a una segunda tradición marxista, opuesta a la idea del "capitalismo monopolista", que, siguiendo también a Lenin y a Varga, estaría representada por Shaikh (1978, 1982), Weeks (1981), Clifton (1977, 1983) y Semmler (1982, 1984) (véase Dutt, 1987, pp. 59-60).4 Frente a ambas interpretaciones de la teoría marxista de la competencia y el monopolio -"el punto de vista de la tasa de beneficio uniforme de la competencia clásica, que implica un enfoque de precios de producción, y el punto de vista del poder de monopolio"-, Dutt sugiere lo que él considera una tercera vía. Para ello, dice basarse también en el Marx de Miseria de la filosofía, y pretende "desarrollar un modelo que sintetice el sistema sraffiano de precios de producción y la teoría del poder de monopolio de Kalecki-Steindl" (ibid., pp. 55 y 70). Pero, en realidad, lo único que hace Dutt es añadir al modelo de Sraffa la teoría de que el exceso de capacidad puede existir en equilibrio y que las empresas fijan los precios por la vía de añadir un margen por encima de los costes.5

   Como una extensión adicional de esta literatura, añadamos que, siguiendo a Lenin y Stalin, muchos marxistas de Moscú, París, La Habana o Nueva York han desarrollado posteriormente un concepto adicional -el "capitalismo monopolista de Estado" (CME)6 - a partir del ya analizado "capitalismo monopolista". Según Rindina y Chérnikov, "el sistema del capitalismo monopolista de Estado es el nivel de desarrollo de los procesos monopolistas de Estado en que el mecanismo único que resulta de la ensambladura de los monopolios con el Estado llega a ser la fuerza dominante de la economía capitalista"; y añaden que "Lenin argumentó la conclusión de la transformación del capitalismo monopolista en capitalismo monopolista de Estado como una tendencia y regularidad fundamental del desarrollo del imperialismo" (Rindina y Chérnikov 1975, pp. 221-222). Por su parte, el cubano Del Llano, que se refiere, como Rymálov, al "capitalismo premonopolista" para nombrar lo que otros denominan capitalismo de laissez faire, o competitivo, o decimonónico, etc., matiza a los autores soviéticos citados al afirmar que "el capitalismo monopolista de estado no constituye una nueva fase del modo capitalista de producción" (Del Llano 1976, p. 247).

   También el americano V. Perlo dedica un capítulo de su libro al CME, donde señala que "las principales formas del capitalismo monopolista de Estado son: los gastos del Estado en bienes y servicios; las empresas públicas y semipúblicas; la investigación y desarrollo públicos para la industria y la agricultura; los subsidios a industrias o empresas particulares; las medidas tendentes a moderar el ciclo económico, estimular el crecimiento económico y mantener controlada la inflación, el endeudamiento y otros factores negativos; la ayuda financiera al capital monopolista [...]; las acciones estatales para incrementar la tasa de explotación [...]; las medidas para facilitar la expansión de las empresas de los EE. UU. en el exterior y para proteger sus propiedades [...]; la lucha contra los países socialistas y contra los países con políticas avanzadas de liberación nacional; la movilización pública para la guerra y para las reconstrucciones y ajustes postbélicos; y las instituciones y actividades capitalistas-monopolistas de Estado multinacionales" (Perlo, 1988, p. 256).


2. La concepción de Paul Sweezy en detalle


   Lo fundamental de este artículo tiene que ver con la cuarta y última parte7 del célebre libro de Sweezy (1942), que está dedicada íntegramente al "Imperialismo", y con el libro conjunto de Baran y Sweezy, El capital monopolista, publicado en 1966. Conviene, sin embargo, empezar haciendo referencia a un problema mucho más general, que tiene que ver con la amplia tradición de tomar a cualquier autor que se declara seguidor de Marx como candidato adecuado para llenar las lagunas del análisis de Marx (a la hora de completar la obra de éste). Al comienzo de la cuarta parte de (1942), Sweezy aplica esta misma manera de ver las cosas a una cuestión diferente (como es la concepción del Estado en Marx).

   Y esto puede servir para entender mejor el método característico de Sweezy y de los demás autores que se critican en este artículo:

  "Como en el caso de las crisis, Marx no elaboró nunca una teoría del estado sistemática y formalmente completa (...) Se sigue que no hay que pensar en un buen resumen de sus opiniones. En vez de esto intentaré presentar un tratamiento teórico sumario del estado que sea consecuente con las numerosas observaciones dispersas de Marx sobre el asunto y que, al mismo tiempo, provea el suplemento necesario al cuerpo principal de principios teóricos que se refieren al desarrollo del sistema capitalista" (Sweezy, 1942, pp. 265-6).
No se trata de afirmar que la teoría de Marx sobre el Estado, o sobre cualquier otra cosa, ha de estar necesariamente acabada, como si tuviera que ser así por definición. Pero sí, de resaltar que la práctica habitual a este respecto no es muy recomendable. No extraña que, en nota al pie, Sweezy se remita a los "escritos marxistas más importantes sobre el estado", entre los que cita obras de Engels, Lenin, Rosa Luxemburgo y S. H. M. Chang, como si fuera indiscutible que cualquiera de ellos se puede utilizar para "completar" a Marx, a juicio de cada usuario particular.

   Al abordar esta cuestión, la actitud intelectual que nos parece necesaria tiene que ser, sin embargo, muy diferente. Y como ya ha sido expresada por otros estudiosos de Marx, nos limitaremos aquí a citar un pasaje en la que dicha actitud queda claramente expuesta, rogando al lector que la contraponga y compare varias veces con la actitud contraria:

   "Es un hecho que a la hora de estudiar el pensamiento de Marx, casi todo el mundo se vale (de manera central o suplementaria) de modos y recursos que se considerarían inadmisibles para estudiar a Kant, Hegel o Aristóteles. Esta discriminación de procedimiento está basada en la convicción (expresa o tácita, o incluso verbalmente negada) de la ´especificidad´ del marxismo (...) Especificidad que sería debida al presunto carácter, que el marxismo tendría, de ´expresión´ de ´una praxis histórica´ (...) Es claro que esta (digámoslo benignamente) irregularidad antifilológica (...) aparece como fundamentada en el mencionado supuesto de que aquí no valen las reglas de la filología, porque ésta es la ciencia de los textos y aquí no se trata de textos, sino de ´un movimiento real´. En ello se mezcla evidentemente un cierto desprecio por los ´meros textos´, debido sin duda a que tanto fracaso histórico ´real´, aún no ha sido suficiente para convencer a cualquiera de que textos, palabra y letra, sean de Marx, de Aristóteles o de Hegel, de Sófocles o de Hölderlin, son, a fin de cuentas, lo más precioso que la humanidad posee, lo que, por encima de cualquier cosa, no debe ser corrompido" (Martínez Marzoa, 1983, pp. 11-12).

   Esta diferencia de actitud "metodológica" tiene consecuencias muy importantes para la diferencia de planteamientos en el terreno sustantivo. Por eso, antes de pasar a la cuestión que de verdad nos ocupa, daremos un ejemplo más sobre la cuestión del Estado, o de "la forma de gobierno", como la llama Sweezy en este primer capítulo de la parte cuarta de (1942). Como Sweezy quiere criticar aquí a los "revisionistas" del marxismo, les imputa la siguiente diferencia con Marx: "(...) debemos insistir en que los revisionistas, sosteniendo la opinión contraria, de que el socialismo puede sustituir gradualmente al capitalismo por los métodos de la democracia capitalista, en realidad abandonan totalmente la posición de Marx" (Sweezy, 1942, p. 277). Pero si Sweezy critica este "gradualismo" revisionista, nosotros podemos hacer lo mismo con el liberalismo inconsciente que refleja la posición de Sweezy. En efecto: no creemos que en Marx fueran mínimamente compatibles la existencia de una auténtica democracia con la existencia del capitalismo; por tanto, cuando Sweezy escribe lo contrario,8 debemos resaltar que se trata de una posición que no puede confundirse con la de Marx.

   Pero vayamos ya a la cuestión de la competencia y el monopolio. A este respecto, son significativas de su punto de vista las siguientes palabras, que tomamos como punto de partida: "Hemos supuesto (...) un sistema capitalista cerrado y de competencia libre. En realidad, el capitalismo de hoy no es ni cerrado ni de libre competencia" (ibid., p. 279).

   Al igualar economía "cerrada" y "de libre competencia" con lo que no parecen ser sino supuestos simplificadores del análisis teórico, sólo admisibles como primera aproximación, Sweezy ya deja entrever que lo que sucede en realidad es que interpreta la concepción de la libre competencia en Marx como si fuera lo mismo que la concepción neoclásica de la "competencia perfecta" que él mismo estudió en su época de estudiante de Licenciatura en Harvard (en torno a 1930). Pero esta igualdad sólo existe en su imaginación. En realidad, el análisis que hace Sweezy de estas cuestiones sigue siendo completamente neoclásico en muchos puntos, y lo siguió siendo, en esencia, durante toda su vida. Lo único que lo distingue del análisis de los neoclásicos convencionales es que utiliza casi siempre un lenguaje y unas categorías que proceden de Marx y del marxismo. Así, por ejemplo, explica que "las tendencias del capitalismo que conducen al abandono de la libre competencia" son "el aumento del capital constante" (concepto, éste, que sólo tiene sentido en el contexto de la teoría de Marx), y el "aumento de la porción fija del capital constante", tendencias éstas que a su vez conducen a "un alza en el volumen medio de la unidad productiva" (ibid., p. 280).

   Sin embargo, la sustitución de las ideas de técnica, máquina y mecanización, centrales en el pensamiento de Marx, por las ideas neoclásicas de "tamaño" de la empresa y "escala de producción", es algo típico de esta última escuela. Por otra parte, Sweezy cita a Marx, pero lo hace engañosamente (no sabemos si consciente o inconscientemente, pero en cualquier caso induciendo a error). Afirma que, según Marx, "el factor primordial y básico en la centralización se encuentra en la economía de la producción en gran escala" (ibid., p. 281); pero una cosa es eso (que es cierto), y otra dar a entender que la (gran) escala es lo que define sin más el monopolio (esto es falso y no aparece en Marx).

   Sweezy se apoya en una cita de Engels (en la cuarta edición alemana del libro I de El capital) para defender que "el fin de la centralización en cualquier rama de la industria se alcanza cuando sólo queda una firma" (ibid., p. 282). Y con estas citas de autoridad y el argumento de la supuesta "evidencia de hecho", tampoco él se ve obligado a justificar la tesis del monopolio: "es un corolario obvio (...) la sustitución progresiva de la competencia entre un gran número de productores por el control monopolista o semimonopolista de los mercados por un número menor" (ibid., p. 283). A continuación se remite a su autoridad principal, que no es otra que Hilferding: "La teoría marxista de las corporaciones fue elaborada y ampliada por Rudolf Hilferding" (ibid., p. 284).9 Las únicas pruebas que se ve obligado a dar no se refieren al monopolio en sí, sino a dos monografías que en su opinión demuestran (para el caso de los Estados Unidos) que sólo "una parte" de los capitalistas controla el conjunto del "capital productivo" (lo cual no es evidentemente lo mismo): se trata de las Monografías 29 y 30 editadas por un organismo donde él mismo trabajó en aquella época: el TNEC (Temporary National Economic Committee). Se tata de las tituladas (según la edición en español de Sweezy, 1942): La distribución de la propiedad en las 200 corporaciones no financieras más grandes, y Registro de posesión de acciones en 1710 corporaciones con valores cotizados en una bolsa nacional de valores.

   Otro argumento implícito en Sweezy (y quizás en otros autores) es un argumento de tipo "funcionalista": el capitalismo competitivo debía terminarse "porque no favorec[ía] a nadie" la existencia de una "competencia a muerte" (ibid., p. 289), que es lo que otros llaman competencia "a cuchillo". También es falso lo siguiente: "Marx terminó sus escritos antes de que empezara el movimiento de la combinaciones y, en consecuencia, no dejó ningún análisis del mismo en los tres volúmenes de El capital"; no se trata de eso, sino que para Marx esos procesos no tenían la significación que han adquirido en la economía convencional y en el marxismo vulgar (véase Guerrero, 2004). Lo que sí es cierto es que Sweezy sigue tanto a Hilferding como a Lenin; de éste por ejemplo toma hasta el adjetivo ("definitiva") con el que califica la sustitución de la competencia por el monopolio:

  "La libre competencia, que había sido la norma dominante (aunque, por supuesto, no exclusiva) del funcionamiento del mercado capitalista, fue definitivamente reemplazada por el monopolio en grados diversos, también como norma dominante" (ibid., p. 292).

   Pero para él es también claro que el objetivo es "eliminar" o "abolir" la competencia; sólo que añade una precisión adicional: "La competencia de índole peligrosa es por lo general efectivamente abolida cuando algo así como de las tres cuartas partes a las cuatro quintas partes de una industria dada están en manos de pocas grandes compañías" (ibid., pp. 292, 294).

   En la formación de los precios monopolistas, Sweezy también sigue de cerca de Hilferding: los productores monopolistas no sólo "tienen poder bastante para limitar la oferta" y para "fijar los precios", sino que es "imposible determinar teóricamente y en un grado de generalidad provechoso a qué nivel serán fijados los precios" (ibid., p. 297). Lo último significa, en su opinión, que los intentos de la teoría ortodoxa de establecer leyes objetivas del precio de monopolio son y serán siempre intentos frustrados: "no se ha descubierto ninguna ley medianamente general" porque lo único que hay y puede haber en este campo es "un catálogo", o "laberinto" de "casos especiales" (ibid., pp. 298-9). Sin embargo, Sweezy se muestra de acuerdo, sin rubor, con la idea principal de los neoclásicos: "la producción total de equilibrio es más pequeña y el precio de equilibrio es más alto cuando se introducen elementos de monopolio" (ibidem), lo cual es absolutamente falso (véase Guerrero, 2004).

   También sigue Sweezy a Hilferding en la cuestión de la formación de las tasas de ganancia. La "ganancia extra del monopolio" se obtiene a costa de "otros miembros de la sociedad" que habrán de soportar la "transferencia" de una parte de su valor hacia el sector monopolista. Esos otros sectores perjudicados podrán ser los otros capitalistas (no monopolistas) o los obreros. Pero lo importante es que "la tendencia a la igualdad de tasas de la ganancia, que es un rasgo característico del capitalismo de competencia, es así doblemente quebrantada por el monopolio" (ibid., p. 300). Esto se debe a lo que se traduce en su libro como "obstáculos" al libre movimiento del capital, que es exactamente lo que la literatura convencional sobre Economía (u Organización) Industrial llama "barreras" de entrada (y salida).

   Por eso, Sweezy sigue asimismo a Hilferding en su tesis de la "propagación": "la combinación se propagará en círculos concéntricos desde cualquier punto de origen dado"; y aunque el proceso operará "en forma muy desigual", el resultado siempre será una "jerarquía de tasas de la ganancia" (ibid., pp. 300-1). Sin embargo, aquí alcanza Sweezy el culmen de su dependencia teórica respecto a la noción neoclásica de la "escala", ya que presenta las tasas de ganancia como una función exclusiva del tamaño empresarial: las tasas de ganancia sectoriales "van de la más alta en las industrias de producción en gran escala (...) a la más baja en las industrias de producción en muy pequeña escala (...)" (ibid., p. 301). Sin embargo, una novedad de Sweezy es la idea de que la inversión "debe guiarse más bien" por la tasa de ganancia "marginal" que por la ganancia media (ibid., p. 302).

   Pero, lamentablemente, Sweezy no sigue a Hilferding en una idea que éste avanza y que está en pleno acuerdo con la idea de Marx: la idea de que los costes de circulación (compra, venta, etc.) "iban en descenso" en términos relativos. Esta conclusión le parece a Sweezy, sin embargo, "desgraciada" (ibid., p. 309), y por ello prefiere citar aquí un trabajo del Twentieth Century Fund -¿Es la distribución demasiado costosa? (1939)- en el que se asegura que ésta se lleva "59 centavos de cada dólar del consumidor" (ibid., p. 310). Y esto le sirve para defender todo lo contrario que Hilferding en este punto (que será desarrollado bastante en Baran y Sweezy, 1966), y para concluir en el "crecimiento desproporcionado de la esfera distributiva", curiosamente junto a otro de los motivos centrales de interés de la Teoría crítica frankfurtiana: el crecimiento de la llamada "nueva clase media" (ibid., p. 312).

   En cuanto a otra de las razones que da Sweezy para considerar superada la teoría laboral del valor en el capitalismo monopolista, encontramos un argumento que es tan antiguo como el propio David Ricardo, que ya en 1817 había señalado lo mismo que Sweezy: a saber, que en el ámbito internacional las cantidades relativas de trabajo no regulan supuestamente los precios relativos, porque en este ámbito no hay "libre movilidad del trabajo" ni tampoco se da la condición de "la misma fuerza de trabajo homogénea" (Sweezy, 1942, p. 317). Aquí no sólo ignora Sweezy que Marx se refiere siempre al trabajo abstracto, que por definición es homogéneo, sino que llega incluso a defender, de forma totalmente contradictoria, que en condiciones competitivas se igualan no sólo las tasas sectoriales de ganancia sino también las tasas de plusvalor de los sectores (algo que, por definición, es imposible10 ) (ibidem).

   Por otra parte, es una pena que, así como Sweezy sabe distinguir "dos" políticas económicas, y no una sola, en el periodo competitivo -afirma que tanto la de "librecambio" como la "de protección" fueron políticas aplicadas de hecho-, no fuera capaz de advertir que ambas políticas son asimismo posibles en el capitalismo del siglo XX o del XXI. Aquí sigue Sweezy nuevamente a Hilferding y Lenin, y atribuye (erróneamente) a las grandes empresas (o al Estado que las representa) la necesidad de aplicar una política que sólo podría ser, en su opinión, proteccionista. Para convencerse de que esto es falso, basta con advertir cómo la protección arancelaria media ha ido bajando, década a década, a lo largo de las últimas siete décadas en todos los países capitalistas. Pero Sweezy concluye en su libro que "el capital monopolista exige tarifas [sic por ´aranceles´]"; y que "este hecho por sí solo significa un cambio fundamental en el carácter del proteccionismo, bien descrito por Hilferding" (ibid., p. 328).

   Pero, a pesar de todo lo dicho, Sweezy tampoco tiene inconveniente en definir el imperialismo, en el plano internacional, como el ámbito de "una dura rivalidad en el mercado mundial", la que conduce alternativamente a la competencia a muerte y a combinaciones monopólicas internacionales" (ibid., p. 337). Insiste en que, en este plano internacional, la tendencia nacionalista y militarista da paso a una política de crecientes gastos de defensa, pero insistiendo en una idea, luego desarrollada en Baran y Sweezy (1966), de que "los gastos militares desempeñan la misma función económica que los gastos de consumo", y en particular "sirven para contrarrestar la tendencia al subconsumo" (Sweezy, 1942, p. 339). Por el contrario, en otro rasgo neoclásico, Sweezy afirma que "paradójicamente, la acción sindical tiende a intensificar la tendencia al subconsumo", y la razón de esto no es otra que el hecho de que el poder de los sindicatos, aunque "impide al ejército de reserva ejercer toda su influencia depresiva sobre los salarios", no sea suficiente para evitar que el desempleo aumente y que bajen las rentas de los trabajadores (ibid., pp. 343-4).

   A su vez, Sweezy da la razón a Lenin, contra Hilferding, en su defensa de la tesis de que el monopolio no significa una organización creciente de la producción, ni la supresión de la "anarquía de la producción", sino todo lo contrario: "Realmente el monopolio intensifica la anarquía de la producción capitalista" (ibid., p. 348). También apoya a Lenin (y por tanto se ubica frente a Kautsky) en la idea de que no es posible el advenimiento del socialismo en un contexto pacífico: "Hasta ahora el socialismo ha venido al mundo como resultado de un trastorno revolucionario y ha afianzado su posición sólo después de una cruenta guerra civil desatada por sus enemigos" (ibid., p. 386). Por último, se suma a Lenin y a Stalin en la idea de que "el socialismo puede ser edificado en un solo país", si bien resalta que "su permanencia está asegurada sólo cuando el socialismo ha triunfado en escala internacional" (ibid., pp. 387-8). Y, en una perspectiva muy típica de un año como el de 1942, Sweezy reserva su última cita al camarada Stalin, para probar "por qué no puede esperarse que la transición al socialismo sea pacífica" (ibid., p. 396).


3. La contribución de Baran y Sweezy (1966)


   Si el libro de Sweezy (1942) termina con cierto sabor estalinista, como típico de la época en que fue escrito, hay que decir que también el libro conjunto de Baran y Sweezy es hijo de su tiempo. En 1966, el mundo occidental estaba bajo la influencia de la revolución cubana (ocurrida en 1959) y a su vez preparándose ya para lo que sería la época de Mayo del 68 y de la enorme contestación juvenil contra la guerra de Vietnam. Son en definitiva los años de formación de la economía radical estadounidense, y no debe olvidarse que se ha considerado a Sweezy como el principal patriarca fundador de esta corriente. El libro que analizamos a continuación data de 1966; y aparece dedicado, muy en sintonía con los tiempos, al Che Guevara11 , y con un prefacio en el que Sweezy (ya que Paul Baran había muerto en 1964) se propone explicar, a todo el que ignore qué es el capitalismo monopolista -el libro arranca con una cita de Robert F. Kennedy en el New York Times, en la que éste cuenta su ignorancia al respecto- el contenido de esa expresión.

   Ya en la introducción del libro se explica que la laguna de Marx tienen que ser "remediada", o "remendada y enmendada", pues no es buena cosa que "el análisis marxista del capitalismo aún descans[e] en último análisis en el supuesto de una economía competitiva" (Baran y Sweezy, pp. 9-10). Ya sabemos que nuestros autores afirman expresamente que Marx reconoció "la fuerte tendencia hacia la concentración y centralización del capital", pero que fue incapaz de hacer lo mismo con el monopolio, al que más bien consideraba como "un remanente del pasado feudal y mercantilista" (ibid., p. 9)12 . En la misma introducción, Baran y Sweezy dan un paso más en su asimilación creciente de las teorías neoclásicas de la competencia imperfecta, al señalar que ahora van a dar un nuevo sentido a su propia terminología, de forma que

   "en todo este libro (...) usaremos el término ´monopolio´ para incluir no solamente el caso de un solo vendedor de una mercancía para lo cual no hay sustitutos, sino también el caso mucho más común del ´oligopolio´, es decir, pocos vendedores que dominan los mercados de productos que son más o menos sustitutos satisfactorios de uno u otro" (ibid., p. 11).

   Por otra parte, la supuesta falta de análisis del mundo subdesarrollado por parte de Marx es calificada ahora de "omisión"; y ambos se atreven ya a plantear abiertamente las divergencias entre su modelo y el modelo de Karl Marx: "La iniciativa revolucionaria contra el capitalismo, que en los días de Marx correspondió al proletariado de los países avanzados, ha pasado a manos de las masas empobrecidas de los países subdesarrollados" (ibid., pp. 11, 13). Además, los dos autores se proponen completar el análisis económico de Marx con el análisis de los elementos "superestructurales" de la sociedad capitalista, pues el capitalismo monopolista es un tipo de sociedad en el que puede ser importante el "funcionamiento de ambos" elementos: "los fundamentos y la superestructura" (ibid., pp. 11-2). Y ya no se sienten tímidos como para evitar proponer una sustitución adicional: el nuevo concepto de "excedente" va a sustituir ahora al "tradicional" concepto de "plusvalía" de Marx; aclarando además que quedarse en la plusvalía "ya no se justifica", y que el cambio que proponen ellos no es puramente terminológico, sino un auténtico "viraje necesario en la posición teórica" (ibid., p. 13).13

   Metidos ya en esta dinámica de "cambio", los autores continúan proponiendo un nuevo término-categoría: la "empresa gigante" (traducida, mal, como "corporación gigante": ibid., p. 16), que, según ellos, sería "controlada administrativamente y financieramente independiente" (ibid., p. 21). Tras negar que, al menos que el objetivo básico de estas empresas haya dejado de ser la maximización de la ganancia (pero es significativo que citen aquí a Veblen, 1904, y no a Marx: ibid., p. 38), señalan que estas grandes empresas aparecieron "en la segunda mitad del siglo XIX" (ibid., p. 29), pero que ahora el típico hombre de negocios ya no es igual que el antiguo; y esto hasta el punto de que "el cuadro clásico del capitalismo impacientemente empujado hacia delante por la máquina de la acumulación es sencillamente inapropiado para las condiciones actuales" (ibid., p. 40). Nada nos va a sorprender ya -y por si hubiera alguna duda, se encargan los autores de aclarar que también Schumpeter cometió este mismo "error" (ibidem)-, pues también en Sweezy (1942) aparecía una tendencia al estancamiento de la economía capitalista, en el lugar de la tendencia expansiva de la que escribió Marx.

   Pero poco después aparece un nuevo "viraje", que más que viraje parece un retruécano con trampa: ahora la empresa gigante se convierte en la empresa "actual", y ésta pasa a confrontarse con "la empresa individual del periodo anterior" (dando a entender, con total falsedad, y con la aparente falta de percepción de este punto por sus lectores, que un libro como El capital estaría dedicado, al parecer, a estudiar la "empresa individual") (ibid., p. 43). Debemos insistir en este punto, pues es el centro del primer capítulo del libro de Baran y Sweezy, y a la vez la punta de lanza que utilizan los autores para atacar la teoría de Marx. Escriben seguidamente que existen "diferencias fundamentales" entre los dos tipos de empresas, que son esenciales para la "teoría general del capitalismo monopólico": "la empresa tiene un horizonte más a largo plazo que el capitalista individual y calcula más racionalmente", y "ambas diferencias están fundamentalmente relacionadas con la escala incomparablemente mayor de operaciones de las empresas" (ibidem).

   Sencillamente, lo que hay aquí no es sino una tergiversación completa de los planteamientos de Marx. Donde Marx analiza la empresa capitalista como una unidad de gestión que no es esencialmente sino un "sistema automático de máquinas", que es la base de la gran industria contemporánea y que materializa el nuevo modo de "producción en gran escala" que surge de la utilización masiva de la máquina y, mas aún, de la producción de máquinas por medio de máquinas (por oposición a los modos técnicos de producción característicos de la pequeña empresa artesanal y doméstica, de las edades media y moderna), Baran y Sweezy plantean una distinción completamente distinta, e imaginaria, entre las supuestas empresas "individuales" del siglo XIX y las empresas "gigantes" del siglo XX. Esta tergiversación esquizofrénica14 es absolutamente central.

   En el siguiente capítulo del libro de Baran y Sweezy, asistimos a una nueva operación de cirugía violentamente invasiva en el cuerpo teórico dejado por Marx. Lo que para éste era la ley más importante de la economía política -la "tendencia descendente de la tasa de ganancia"- lo hacen desaparecer ambos autores por medio de su transformación en una supuesta "tendencia creciente de los excedentes". Pero, para llegar a esta "tendencia", había que preparar el terreno, y ellos comienzan entonces por rememorar otra concepción y otra terminología, ahora abiertamente neoclásica (Scitovsky, 1951): la distinción entre las empresas precio-aceptantes (competitivas) y las precio-determinantes (monopolistas)15 , aunque acusando la influencia más inmediata de Kalecki (1939; 1943, p. 50) y algún otro autor kaleckiano, como el ya citado J. Steindl (1952). Señalan que la moderna empresa monopolista no es monopolista en el sentido de que "pueden y eligen los precios" (Baran y Sweezy, 1966, p. 50), sino más bien en el sentido de la competencia monopolista de Chamberlin y algunas variantes de este modelo (por ejemplo, el "liderato" o liderazgo de precios, que no es sino "la especie dirigente de un género mucho mayor": ibid., p. 53). Un poco más adelante, se limitan a criticar la teoría neoclásica en el sentido ya resaltado por el Sraffa de los años 20 (1926):

   "Y esto significa que la teoría general de precios adecuada a una economía dominada por tales empresas es la tradicional teoría monopolista de los precios de la economía clásica y neoclásica. Lo que los economistas han tratado hasta ahora como un caso especial resulta ser, bajo las condiciones del capitalismo monopolista, el caso general" (ibid., p. 52; énfasis añadido: DG).

   Por otra parte, es curioso observar cómo basta con caer bien -"más vale caer en gracia que ser gracioso", como dice un refrán español- para que le pasen a uno cualquier cosa (mientras que no se pasa ni lo más mínimo al que no cae tan bien): "Bajo el capitalismo monopolista", escriben Baran y Sweezy, "la función del Estado es la de servir a los intereses del capital monopolista" (ibid., p. 57). Y aprovechan para declarar que prefieren seguir hablando de "capitalismo monopolista" a secas, en vez de la expresión preferida por Lenin -"capitalismo monopolista de Estado"-, ya que, en su opinión "el Estado ha tenido siempre un papel decisivo" (ibid., pp. 57-8).

   A continuación se unen nuevamente a los teóricos de la "competencia imperfecta" en otro rasgo característico de los manuales neoclásicos contemporáneos: afirman que la competencia ya no es tanto una competencia "de precios" como una competencia que toma "nuevas formas" (ibid., p. 58). No niegan la "tendencia descendente en los costos de producción bajo el capitalismo monopolista", pero piensan que el cambio técnico se transformará ahora en un aumento de los "márgenes de ganancia", de forma que "el excedente económico de la sociedad" tenderá a "subir, absoluta y relativamente, a medida que el sistema se desarrolla" (ibid., pp. 61-2). Por tanto, la "ley" recién descubierta por Baran y Sweezy "invita inmediatamente a compararla con la clásica ley marxista"16 , de la que se dice: "no estamos negando ni enmendando un teorema (...) simplemente estamos tomando en cuenta el hecho indudable de que la estructura de la economía capitalista ha sufrido un cambio fundamental desde que el teorema fue formulado" (ibid., p. 62). O sea, que aparece aquí cierta vacilación, pues ahora el planteamiento recuerda más al de Sweezy (1942) que al de Baran y Sweezy de un cuarto de siglo más tarde.

   Por último, para llevar adelante su interpretación, o su nueva "ley", los dos autores tienen que volver a dar marcha atrás en relación con la posición de autores como Schumpeter, Kaldor o Strachey. Niegan la "destrucción creativa" del primero, insistiendo en que la competencia ya no es de precios (ibid., pp. 62-3). Niegan también la idea de Kaldor, que afirma que los problemas de realización del plusvalor no parecen ahora más graves que en la época de Marx (ibid., p. 64). Y niegan, por último, la tendencia al "profit squeeze" que plantea Strachey (aunque sin darle ese nombre) porque eso significaría una tendencia a la disminución de la tasa de plusvalor, y por tanto aún seguiría siendo una manera de respetar la tendencia a la caída de la tasa de ganancia, mientras que lo que ellos defienden es justamente lo contrario: el aumento de la tasa de plusvalor (aunque transformado ahora en excedente) como principal problema del capitalismo monopolista.

   Como la tendencia fundamental es al incremento del excedente, al primer problema al que se enfrenta el capitalismo monopolista es, según los autores, al de cómo absorber ese excedente. Por eso, analizan rápidamente las dos formas "tradicionales" de absorber excedente -el consumo y la inversión- en el capítulo IV del libro, y reservan luego los tres capítulos siguientes para los métodos de absorción que caen bajo el epígrafe del "despilfarro" (la forma "novedosa" de absorber una parte creciente del excedente): las "campañas de ventas" (capítulo V), el "gobierno civil" (capítulo VI) y el "militarismo e imperialismo" (capítulo VII).

   En relación con el "consumo" del excedente, parten de la idea de que no hay solución para el sistema si "la cantidad de excedente no consumido por los capitalistas (...) sube en relación con el ingreso total" (ibid., p. 67). Pero es un hecho que la parte que se destina a la inversión sube, pues "si el ingreso total crece a una tasa acelerada, entonces una proporción cada vez mayor debe destinarse a la inversión, y a la inversa, si una porción cada vez mayor se destina a la inversión, el ingreso total debe aumentar en proporción acelerada", y esto "es absurdo" desde el punto de vista económico (ibid., pp. 68-69). Es evidente que la idea de Kalecki, desarrollada luego por Steindl (1952) en su libro clásico sobre la economía de Estados Unidos, es lo que aparece aquí en la obra que ahora comentamos.

   Más tarde, tras analizar la inversión "endógena", los autores pasan revista a los "tres tipos de inversión exógena" generalmente analizados por la literatura. Muestran sus dudas por la que se destina a "llenar las necesidades de una población creciente", porque son más bien partidarios de la concepción clásica de la población, que concibe el crecimiento demográfico como una función de la inversión, y no a la inversa (ibid., pp. 75-76). Pasan luego a los "nuevos métodos" de producción y los "nuevos productos"; y al respecto creen que habrá ahora "una tasa más lenta de introducción de innovaciones" que en el capitalismo competitivo (ibid., p. 78), porque se evitarán las innovaciones técnicas que exijan aumentar la capacidad productiva instalada y porque ya no son predominantes los métodos de "destrucción creativa" de los que hablaba Schumpeter (ibid., pp. 79, 83). Y en cuanto a la inversión extranjera, se trata de un mecanismo que, más que solucionar la cuestión de la absorción del excedente, la "agrava", pues sirve más para atraer fondos monetarios hacia los países centrales (en concepto de excedentes generados fuera) que como mecanismo de colocación de inversiones en el extranjero (ibid., p. 89).

   Por tanto, la conclusión fundamental para Baran y Sweezy es que el "capitalismo monopolista es un sistema contradictorio en sí mismo" (ibid., p. 89); y lo que más llama la atención es que insistan en este rasgo como si realmente se tratara de una novedad, dando a entender, por consiguiente, que no ocurría lo mismo en el capitalismo del siglo XIX. ¡Curiosa manera, ésta, de actualizar a Marx! Por otra parte, concluyen que el estado normal de la economía es ahora "el estancamiento" porque el sistema se ve impulsado a subutilizar su potencialidad, y no ya de forma temporal, como antes, sino "crónica" y "permanente" (ibid., p. 90). Por eso, el "estímulo de la demanda" es y tiene que ser el "Leitmotiv" de la política económica contemporánea: "el problema para el capitalismo monopolista no es si estimula o no la demanda; debe hacerlo, so pena de muerte" (ibid., p. 92).

   Pero, como se ha dicho, lo más "novedoso" del libro se refiere a los métodos de absorción de excedentes que caen bajo la etiqueta del "despilfarro", empezando por las "campañas de ventas". Baran y Sweezy creen que

   "la competencia de los precios se ha abandonado (...) y ha dado paso a nuevas formas de promoción de ventas: la publicidad, la variación en la presentación y empaque de los productos, la ´obsolescencia planificada´, los cambios de modelos, los planes de ventas a crédito y otros" (ibid., p. 95).

   Es importante señalar que estos autores sirven en realidad de eslabón intermedio entre los teóricos de la escuela de Frankfurt en las décadas de los treinta y cuarenta, con su énfasis original en la publicidad, y el reciente esfuerzo de autores como Toni Negri y otros autores de los ochenta y noventa que insisten nuevamente sobre ideas muy similares. Esta conexión se apoya al mismo tiempo en la aportación de los economistas de la competencia monopolista y el oligopolio, como Chamberlin, Scitovsky o Sylos Labini, a todos los cuales citan en el libro (con los precedentes de Marshall, Veblen y Pigou).

   Sin embargo, lo más llamativo de su análisis es que consideran que la publicidad tiene tal capacidad "autoabsorbente" de excedente (ibid., p. 103) que se ha convertido en un "antídoto poderoso para la tendencia del capitalismo monopolista a hundirse en un estado de depresión crónica" (ibid., p. 108). Asimismo, en su opinión, hay que situar otra fuente de absorción de excedente como es el sector de "financiamiento, seguros y bienes raíces" en "iguales circunstancias que la campaña de ventas" (ibid., p. 114).

   En cuanto al papel del Estado, los autores afirman, nada menos, que "lo que el gobierno absorbe se suma al excedente privado, no se resta de éste"; razón por la cual "el sector de la clase dominante norteamericana ya está en camino de ser un creyente convencido de la naturaleza benéfica de los gastos gubernamentales" (ibid., pp. 120, 122). Su propia afirmación, vista a la distancia de las varias décadas transcurridas dentro del periodo anti-keynesiano característico del llamado "neoliberalismo" actual, es suficiente para desacreditarse a sí misma, si se observa con qué avidez se aferra la clase capitalista a su negativa a financiar los gastos improductivos del Estado con fondos que no pueden salir de otro sitio que de sus bolsillos. Por eso, la conclusión última debe ser matizada, ya que sólo es cierta si se concibe como tendencia a largo plazo y se prescinden de movimientos históricamente más contingentes: "La gran pregunta, por lo tanto, no es si habrá cada vez más gastos del gobierno, sino en qué se gastará" (ibid., p. 123).

   Y a este respecto añaden su opinión de que el país haría bien en pasar del estado en el que entró en 1929 -cuando "este país se ha vuelto un ´estado de bienestar´"- al de un "auténtico estado de bienestar", que sustituya gastos armamentistas por gastos civiles y prestaciones sociales (ibid., pp. 124-5). Sin embargo una cosa son los ideales, y otra las realidades, de forma que no conviene olvidar que "el porcentaje de la fuerza de trabajo, ya sea desocupado o empleado en gastos militares, fue casi el mismo en 1961 que en 1939", de donde "se deduce que si el presupuesto militar se redujera a las proporciones de 1939, el desempleo también volvería a tener las proporciones de 1939 [17.2%]" (ibid., pp. 141-2).

   Tras analizar la concreción de detalles que expresan cómo la política anticomunista y la "hostilidad capitalista a la existencia de un sistema socialista mundial rival" (ibid., p. 153) hacen necesario "mantener esta enorme maquinaria militar" (ibid., pp. 143, 153), Baran y Sweezy reclaman otra vez el precedente de Veblen, quien, "más que ningún otro científico social, apreció la importancia de esta función social del militarismo", y supo comprender cómo "los intereses comerciales incitan a una política nacional agresiva" (ibid., p. 167).

   Por último, en los cuatro capítulos finales del libro, Baran y Sweezy recapitulan la historia del capitalismo monopolista (capítulo VIII) , analizan ampliamente la cuestión racial (capítulo IX: un tema principal en el surgimiento de la URPE y el movimiento radical en general) y concluyen en la "irracionalidad" del sistema (capítulo XI: nueva influencia de la escuela de Frankfurt, a través de Baran) tras sopesar "la calidad de la sociedad capitalista monopolista" (capítulo X). De todo esto sólo haremos mención a algunos comentarios puntuales.

   Nuevamente, el argumento contingente que usan los autores para demostrar el cambio de comportamiento del ciclo económico se vuelve en su contra a la luz de la historia transcurrida desde entonces. Baran y Sweezy muestran que, si en los cinco ciclos transcurridos entre 1893 y 1908, la expansión duraba más que la contracción, en los dos ciclos analizados entre 1908 y 1914 sucedió exactamente lo contrario. Por otra parte, reivindican que

   "un mérito central de nuestra teoría es que explica la Gran Depresión fácil y lógicamente, no como la Gran Excepción sino como el resultado normal del funcionamiento del sistema económico norteamericano. Las tendencias del estancamiento, inherentes al capitalismo monopolista, han empezado ya a dominar la escena económica en los años posteriores a 1907. La guerra y el automóvil lo ocultaron, pero sólo por un tiempo" (ibid., p. 191).

   Dejaremos de lado la cuestión racial, así como las de la pobreza y los fracasos educativos, para centrarnos en los argumentos que usan los autores en el capítulo sobre la irracionalidad del sistema. Tras constatar "el desplazamiento de la ideología del capitalismo ascendente por la ideología de la crisis general" (ibid., p. 269), en los últimos capítulos abundan las denuncias moralizantes y subjetivas del sistema, acompañadas de argumentos que, al insistir -erróneamente, en mi opinión- en las diferencias entre el capitalismo competitivo y el monopolista, sirven implícitamente para argumentar a favor de supuestas bondades del capitalismo no monopolista. Evidentemente, esto no tiene nada que ver con el planteamiento de Marx, como se reconocerá fácilmente en los siguientes dos ejemplos.

   A primera vista podría parecer válida la denuncia de que "la pretensión de que tal sociedad es democrática sirve para ocultar y no para revelar la verdad", referida a los Estados Unidos del siglo XX. Pero su distancia abismal con respecto a los planteamientos de Marx quedará clara si se comprueba que la afirmación sólo se refiere a la sociedad dominada "por una pequeña oligarquía", a la que, al parecer, se quiere contraponer la sociedad que derrocó "el despotismo monárquico" y llevó al poder a una "burguesía relativamente poderosa" (ibid., p. 268).

   Por último, los autores comentan un largo pasaje donde Marx señala en El capital el papel "revolucionario" de la gran industria, inevitablemente abocada a los cambios continuos debido a su propia base técnica, diciendo que

   "para poner al día esta aseveración necesitamos solamente agregar que la escala de la industria se ha vuelto incomparablemente mayor durante el siglo pasado, que con el advenimiento de la automatización y la cibernética sus bases técnicas se han vuelto mucho más revolucionarias (...)" (ibid., p. 272).

   Repitamos que Baran y Sweezy olvidan que lo que Marx analizó era ya el "sistema automático de máquinas", y que en eso consistió, precisamente, una buena parte del extraordinario alcance analítico de su teoría: en que descubrió la realidad profunda (técnica y social) del sistema, en vez de quedarse en las más vulgares apariencias (como han hecho Baran, Sweezy y tutti quanti, tanto antes como después de Marx).

Notas a pié de página


1 Puede encontrarse un análisis de las concepciones de Proudhon, Engels, Hilferding y Lenin, así como del propio Marx en Guerrero (2004).

 2 "Ante todo sea dicho que Marx tuvo ante sus ojos el estadio más o menos puro del capitalismo competitivo. En la actualidad se impone cada vez más el capitalismo monopolista. En el capitalismo monopolista la tasa de ganancia ya no es la misma en las distintas esferas de la producción" (Moszkowska, 1929, pp. 10-11).

 3 A. Dutt, apoyándose en Kriesler (1987), señala que "Kalecki también pasó por una fase neoclásica, en la que concibió a las empresas como optimizadoras, pero esta fase puede considerarse como una breve digresión en su trabajo" (Dutt, 1987, p. 70).

 4 En el mundo hispanohablante podemos mencionar al argentino Rolando Astarita, que piensa, como nosotros, que "la tesis del monopolio introduce una lógica económica que cambia la matriz de la teoría de Marx" (Astarita, 2004, cap. 5).

 5 Véanse diversas críticas a esta tesis en Glick y Campbell (1995), y Duménil y Lévy (1995); y también la respuesta de Dutt, insistiendo en que "no existe contradicción entre la importancia analítica del poder de monopolio para la teoría de los precios y la igualación intersectorial de las tasas de beneficio" (Dutt, 1995, p. 151).

 6 Obsérvese, sin embargo, que algunos autores marxistas utilizan el término "capitalismo de Estado" como sinónimo de "socialismo de Estado" (por ejemplo, Mattick, 1969, p. 272), y, por tanto, en un sentido muy diferente del que se analiza en este epígrafe, que interpreta el capitalismo monopolista de estado como un paso más en el desarrollo histórico del capitalismo monopolista.

 7 Dejamos de lado, por tanto, las muy interesantes aportaciones que se pueden encontrar en las otras tres partes del libro citado, y dedicadas, respectivamente, a: 1) Valor y plusvalía; 2) El proceso de acumulación; 3) Crisis y depresiones.

 8 Sweezy habla de la "sociedad capitalista plenamente democrática", y aclara que la concibe como "lo que existe hoy en la mayor parte del mundo de habla inglesa: parlamentarismo combinado con sufragio universal y libertad de organización en la esfera política" (Sweezy, 1942, p. 276). No creemos que Marx pudiera estar, ni por un instante, de acuerdo con una definición así.

 9 No podemos pasar por alto una reflexión que sólo tiene interés para quienes usan la lengua española. No sabemos muy bien por qué, en esta literatura se usa una mala traducción directa del inglés para verter "corporations" (que en el inglés de Estados Unidos significa "gran empresa" o "multinacional") por la palabra española "corporación", que significa otra cosa, pero normalmente una institución de Derecho público (o Derecho local, como en Inglaterra), pero nunca una empresa. En Estados Unidos, una empresa caracterizada como "Incorporated" significa que tiene la forma de lo que en España se llama un sociedad anónima; pero es completamente incorrecto hablar del "procedimiento legal de la incorporación", que no tienen sentido en nuestra lengua. Por otra parte, es evidente que no hacía falta que Sweezy dijera lo que todo el mundo puede comprobar por sí mismo: "Nuestro análisis sigue al de Hilferding en el trazo general" (Sweezy, 1942, p. 289).

 10 Sin embargo, aquí no excluimos que pueda tratarse de un error de la traducción española, ya que unas páginas más abajo escribe Sweezy: "Nótese que a igualdad internacional de tasas de ganancia no implica igualdad internacional de tasas de plusvalía" (Sweezy, 1942, p. 320).

 11 El hecho de que, antes de la introducción, vuelva a incluir Sweezy dos citas de famosos, en este caso de Hegel y de Frantz Fanon, no parece preludiar nada bueno, ya que de ellas sólo cabe esperar el uso, tanto de los "malabarismos dialécticos" que hemos mencionado al hablar de su otro libro, como la presencia de alguna que otra contribución en forma de tributo oportunista al nacionalismo, a la vez tercermundista y marxista, característico de Fanon.

 12 Sin embargo, Baran y Sweezy son conscientes de que Marx, "como los economistas clásicos antes que él", consideró los monopolios "no como elementos esenciales del capitalismo sino más bien como un remanente del pasado feudal y mercantilista" (Baran y Sweezy, 1966, p. 9); pero además "Marx anticipó el derrumbe del capitalismo" precisamente "dentro del sistema en su fase competitiva" (ibid., pp. 9-10).

 13 Cambiando de perspectiva, podría decirse que la relación que hay entre Baran y Sweezy (1966) y Sweezy (1942) es aproximadamente equivalente a la que existe entre los planteamientos de Carlo Roselli (1930) y los de Eduard Bernstein (1899).

 14 ¿Acaso olvidan que, muy a principios del siglo XIX, el famoso economista clásico francés, Jean-Baptiste Say, por ejemplo, era dueño de una fábrica que daba empleo a varios miles de obreros?

 15 En 1968, el traductor al español de este libro aún se mostraba tan poco familiarizado con esta terminología que se refiere, respectivamente, a la empresa individual "que capta los precios", y a la gran empresa que "hace los precios" (Baran y Sweezy, 1966, p. 48).

 16 Insistamos de nuevo en la pésima traducción de este libro al español, donde se llama a esta ley la "tendencia a la disminución de la tasa de utilidad", y donde además se utiliza la expresión verbal "sustituir A por B", que en español significa remplazar A por B, como si significara lo contrario (remplazar B por A: esto es lo que significa en inglés y en francés, pero no en español).




References


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Autor: Diego Guerrero http://pc1406.cps.ucm.es
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