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Atlantic Review of Economics 

            Revista Atlántica de Economía

Colegio de Economistas da Coruña
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Volumen 2 Número 04: Género, Desarrollo y Cooperación al Desarrollo.

Teresa Rendón*
Universidad Nacional Autónoma de México
Universidad Autónoma de Madrid

Reference: Received 30th November 2002; Published 21st February 2003.
ISSN 1579-1475

Este Working Paper se encuentra recogido en DOAJ - Directory of Open Access Journals http://www.doaj.org/

 

Abstract

Social differentiation between men and women -gender in the current literature- is considered one of the most striking sources of inequality in the contemporary world. Therefore, achieving sexual equality is a major aim of development policies and international aid. In the beginning, the so-called "Women in Development" programme searched a better and larger women integration in market activities through a productive and training agenda specifically designed by and implemented for women. Later, this women-centred programme was replaced by a broader one that integrates several development and cooperation spheres, thus recognising that the inequality-by-sex problem is not constrained to women but affects the society as a whole. Nevertheless, in spite of the implementation of these plans and programmes, the gap between men and women continues being enormous.

Resumen

La diferenciación social existente entre hombres y mujeres -denominada "género"en la literatura de nuestros días- es considerada como una de las modalidades de desigualdad más generalizadas en el mundo contemporáneo. Por lo tanto, lograr la igualdad social entre los sexos constituye uno de los objetivos del desarrollo y de la cooperación al desarrollo. En un principio, a la luz de un enfoque denominado "Mujeres en el desarrollo", se buscaba una mayor y mejor integración femenina a la actividad económica para el mercado, mediante programas productivos y de capacitación dirigidos a grupos de mujeres. Más tarde, este enfoque centrado en las mujeres, se sustituyó por el de "Género en el Desarrollo", un enfoque más amplio e integrado que abarca los distintos ámbitos del desarrollo y de la cooperación, pues se reconoce que el problema de la inequidad entre los sexos no atañe sólo a las mujeres sino a la sociedad en su conjunto. No obstante, entre los planes y programas y su puesta en práctica hay todavía una enorme brecha.
 


1. El género como eje de desigualdad social


  La situación de desventaja de la mujeres respecto de los hombres, manifiesta en los más diversos ámbitos de la vida social (jurídico, político, educativo, laboral, familiar, etc.) es reconocida como una de las modalidades de desigualdad entre los seres humanos de las sociedades contemporáneas. Esta forma de diferenciación social interactúa con otras, como la clase, la etnia o la raza, reforzándose mutuamente. De allí que el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo considere a la disparidad por sexo como un indicador negativo del nivel de desarrollo humano de los países1 . Asimismo, la igualdad entre hombres y mujeres es considerada hoy en día como uno de los objetivos del desarrollo y de la cooperación al desarrollo, tanto oficial como no oficial2 .
A la diferenciación social existente entre hombres y mujeres se la conoce en la literatura de nuestros días como sistema sexo-género, o simplemente género. Este sistema también es denominado por muchas feministas como patriarcado, ya que se caracteriza por la dominación de las mujeres por los hombres.

   El género consiste en construcciones sociales creadas a partir de las diferencias biológicas entre los sexos, que distinguen culturalmente a las mujeres de los hombres. Por el hecho de pertenecer a distinto sexo, se les atribuye a los hombres y a las mujeres características distintas (habilidades, actitudes, sentimientos). Estas construcciones sociales orientan, impulsan o inhiben, e incluso llegan a prohibir determinadas conductas en el conjunto o en ciertos sectores de los hombres o de las mujeres.

   En síntesis:

  " Un sistema sexo género es el conjunto de acuerdos mediante el cual una sociedad trasforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana...", (Hartmann, 1981).

   La formulación de la categoría de género como algo separado del sexo es una contribución importante del pensamiento feminista interdisciplinario a las ciencias sociales y en particular a la teoría del desarrollo, pues como sostienen Jaggar y Rothenberg (1993) constituye una ruptura teórica porque hizo visible un sistema de dominación masculina hasta entonces considerado como un hecho inmutable de la naturaleza.

   En los años sesenta y setenta del siglo XX el centro de la atención del movimiento feminista, tanto en la academia como en la práctica política, eran las mujeres más que el género. Si bien la idea que subyace a la noción de género estaba implícita en la mayoría de los estudios sobre la opresión de la mujer, es sólo en el decenio de los ochenta cuando se generaliza el uso de esta categoría, la cual hoy comparten las corrientes teóricas mas diversas del pensamiento feminista3 . Como puede observarse la definición de género no implica, necesariamente, la idea de dominación. Esta última se añade a la noción de género a manera de connotación implícita4. Esto no es extraño si se entiende que el término género es, para la mayoría de las feministas, una actualización (generalización) de la idea de patriarcado, misma que supone una jerarquía donde los hombres dominan a las familias, y por tanto, a las mujeres.

   No existe acuerdo acerca de los orígenes de la subordinación femenina. Para algunos autores la explicación está en las diferencias biológicas5, para otros está en las estructuras sociales o institucionales, y para otros más en la división jerárquica del trabajo, donde la mujer ocupa el lugar subordinado.

   La división sexual del trabajo es una de las expresiones más claras del género como construcción social. Las tareas asignadas a los hombres y a las mujeres varían entre las distintas culturas, sin embargo hay rasgos comunes. Resalta en primer lugar, la desigual distribución del trabajo doméstico. La reproducción social se basa no sólo en la producción de mercancías; aún en las sociedades más industrializadas, la producción de bienes y servicios para el consumo directo de las familias sigue ocupando una buena parte del tiempo de trabajo social y las mujeres siguen siendo las principales encargadas de estas tareas; situación que limita sus posibilidades de participar en el trabajo remunerado y las convierte en económicamente dependientes de los varones. A pesar de que en las últimas décadas, la incorporación de las mujeres al trabajo remunerado se acelero en la gran mayoría de las regiones del planeta, aproximadamente la mitad de la población adulta femenina del mundo se dedica de manera exclusiva a la producción de bienes y servicios para el consumo de su familia (es decir al trabajo doméstico). Una gran parte de las mujeres que realizan trabajo extradoméstico, lo hacen a tiempo parcial debido a que tienen que atender sus obligaciones hogareñas. Más aun el gran incremento de las tasas femeninas de actividad, ocurrido en la última década en los más diversos países, se explica por la expansión del empleo a tiempo parcial.

   En el ámbito de la producción para el mercado, la desigualdad entre hombres y mujeres se manifiesta claramente en dos aspectos:

     a) En promedio, las mujeres reciben por su trabajo remuneraciones menores que los varones. En ningún lugar del mundo se ha logrado la igualdad salarial entre los sexos. Esto se explica, en parte, por la mayor importancia relativa que tienen entre las mujeres los empleos a tiempo parcial. Pero, si se obtienen los ingresos por hora trabajada (para eliminar el efecto de la amplitud de la jornada), la diferencia disminuye sin desaparecer.

     b) Hay una marcada división del trabajo por sexo: hombres y mujeres se encuentran distribuidos de distinta manera entre las distintas ramas de actividad y ocupaciones. Hay empleos considerados como propios del sexo masculino; mientras que otros se suponen "adecuados" para las mujeres. A menudo, éstos últimos coinciden con las tareas que ellas desempeñan en el hogar, como es el cuidado de niños y enfermos o la preparación de comida. Este hecho no sería motivo de preocupación si ambos tipos de empleo crecieran al mismo ritmo, tuvieran un reconocimiento social similar y ofrecieran condiciones de retribución y de trabajo semejantes. Pero éste no ha sido el caso; en general las mujeres se han concentrado en empleos de menor jerarquía y de salarios mas bajos que los trabajadores del sexo opuesto. Así, la división del trabajo extradoméstico por razones de género se ha convertido en un mecanismo de discriminación en contra de las mujeres. A esta división del trabajo extradoméstico se le conoce como segregación ocupacional.


2. Las principales interpretaciones teóricas 6


   A pesar de que una de las modalidades más antiguas de la división social del trabajo es la que se da entre hombres y mujeres, es un tema de estudio relativamente nuevo. Esto se explica por el hecho de que tal división del trabajo era vista como algo natural y por lo tanto irremediable.

   Con el resurgimiento del movimiento feminista, ocurrido hacia finales de los años sesenta y principios de lo setenta en Estados Unidos y Europa, se inicia un amplio e intenso debate teórico sobre la naturaleza del trabajo remunerado y no remunerado que realizan las mujeres. En esta discusión jugó un papel especial la idea de la dominación patriarcal que padecen las mujeres por el lugar que ellas ocupan en la familia y en la división sexual del trabajo.

   La preocupación por estudiar el trabajo de las mujeres pronto abarcó otras regiones del mundo, como lo ilustra la abundante literatura sobre la mujer y el desarrollo, publicada a partir de los años setenta, entre la que se destaca el trabajo pionero de Esther Boserup (1970).

   Durante los años setenta tuvo lugar una intensa polémica acerca del trabajo doméstico, que se centró en dos aspectos principales: la naturaleza de dicho trabajo y su relación con el capital. Esta discusión se dio sobre todo entre marxistas de las diferentes disciplinas sociales.

   En el contexto del marxismo, no es difícil reconocer el carácter económico de la producción doméstica, ya que se considera como trabajo el esfuerzo involucrado en la producción de valores de uso, sean o no motivo de intercambio mercantil. En cambio, en la teoría económica dominante y en las mediciones convencionales de la actividad económica, sólo se considera como producción económica la que va destinada al mercado y como trabajo, el involucrado en dicha producción.

   La discusión feminista, al igual que los estudios del campesinado realizados a la luz de la teoría marxista, ha hecho una importante contribución a la misma práctica de esta corriente del pensamiento al introducir el estudio de lo microeconómico, que los análisis marxistas tradicionales desdeñan. Pero, sobre todo, estos enfoques han puesto en evidencia que para entender el funcionamiento del sistema no basta con estudiar la producción realizada en condiciones capitalistas y el trabajo involucrado en la misma, identificando a los trabajadores involucrados en las formas no capitalistas de producción (trabajo doméstico, campesinado y otras formas de trabajo autónomo) como mero ejercito laboral de reserva o como trabajo "improductivo". Es necesario estudiar, en la realidad concreta, cual es su contribución a la reproducción social.

   La vertiente feminista más destacada dentro del marxismo, conocida como feminismo socialista o marxismo feminista (Benería y Roldán, 1992) sostiene que la subordinación de las mujeres sólo puede ser comprendida si es vista simultáneamente con los lentes del sexo-género y la clase (Jaggar y Rothenberg, 1993, pp.187-202); omitir cualquiera de las dos perspectivas es un error. En esta línea de análisis destaca el ya clásico artículo de Heidi Hartmann (1981) "El infeliz matrimonio entre el marxismo y el feminismo". Fueron también las marxistas feministas las primeras en resaltar la importancia de la división sexual del trabajo extradoméstico (segregación ocupacional), como mecanismo de reproducción de la desigualdad económica entre hombres y mujeres.

   Los estudios sobre la subordinación de la mujer en países con distintos niveles y modalidades de desarrollo capitalista realizados desde el ángulo del feminismo marxista han constituido una importante contribución a la comprensión de cómo obran recíprocamente la ideología y lo material y cómo se interrelacionan y construyen la clase y el género (Benería y Roldán, 1992); e incluso como en determinados lugares, estos dos sistemas interactúan con otros ejes de diferenciación social como la raza o la etnia (Leacock y Safa, 1986; Jaggar y Rothenberg, 1993).

   Desde la corriente neoclásica destaca la vertiente conocida como economía de la familia, que busca aplicar los postulados básicos de maximización de la utilidad y las ganancias a terrenos no incluidos típicamente en el ámbito de lo económico, como el matrimonio, la decisión de tener hijos y la división del trabajo en el hogar (Becker 1960, 1976 y 1991; Cigno, 1994). En esta perspectiva, los hogares maximizan su utilidad (definida en función de los bienes producidos en su interior, los bienes adquiridos y el tiempo de ocio) sujetos a una restricción de presupuesto, una restricción temporal y una función de producción para los bienes producidos en el hogar. Las tres restricciones se incorporan en una sola, llamada restricción de ingreso total. De esta manera, el modelo de Becker incluye, en un mismo análisis, a las decisiones de producción y consumo de los hogares en una lógica neoclásica. Las decisiones de como distribuir el trabajo total disponible en una familia, tienen que ser tales que los beneficios para la familia sean los mayores posibles. Obsérvese que las familias son concebidas como una unidad integrada de producción y consumo. El ingreso de una familia refleja entonces, las preferencias de todos y cada uno de los miembros del hogar. Se parte de la premisa de que los miembros de la familia tienen intereses compartidos y que la toma de decisiones la organiza el jefe de la familia quien actúa de acuerdo con principios altruistas. El trabajo doméstico y extradoméstico se reparte entre hombres y mujeres de acuerdo a las ventajas comparativas que unos y otras tienen para cada uno de esos tipos de trabajo, donde las mujeres tienen ventajas en el trabajo del hogar. Se trata, de un planteamiento análogo al teorema de Heckscher-Ohlin sobre las ventajas comparativas de los países que propician su especialización. Frente a este novedoso enfoque se erige como obstáculo insuperable el supuesto implícito en la teoría neoclásica de que la mercancía fuerza de trabajo es una mercancía peculiar, ya que a diferencia de cualquier otra mercancía no tiene costo de producción 7. Este supuesto es necesario para garantizar que los individuos puedan optar entre el ocio y el trabajo sin otro límite que sus preferencias. Si se considera a la mercancía trabajo como a cualquier otra mercancía (es decir se reconoce la existencia de un costo de producción), sería imposible el optar libremente entre ocio y trabajo y por tanto, no se podría construir una función estándar de oferta de trabajo, con lo que la teoría neoclásica del mercado de trabajo no existiría.

   De la misma manera que el feminismo socialista o marxista criticó al marxismo tradicional, por considerarlo incompleto al no tomar en cuenta la dominación masculina sobre las mujeres, el feminismo neoclásico ha hecho criticas al pensamiento neoclásico tradicional y a la nueva economía de la familia (a la Becker), por considerarlos sesgados e insuficientes. En especial, se critica a Becker por suponer que el jefe de familia es altruista cuando en realidad la relación que ejerce el hombre es de poder; por lo tanto, los intereses del hombre y de la mujer son antagónicos. Esta crítica es, de hecho, superada por los desarrollos recientes de la economía de la familia, donde se consideran por separado las "utilidades" negociadas del hombre y de la mujer. La aportación del feminismo a la corriente neoclásica consiste en introducir la idea de relaciones asimétricas entre hombres y mujeres en el hogar. Así, el género se convierte en eje único de desigualdad social, o bien en expresión de preferencias (y funciones de utilidad) distintas entre hombres y mujeres. Tales preferencias son siempre un dato y nunca un hecho a explicar, con lo cual la racionalidad entendida en su significación neoclásica (maximización del orden de preferencias individuales) está en última instancia determinada por la sicología individual o por la cultura 8. El modelo de conducta neoclásico se supone entonces aplicable en forma universal a todo lugar y en todo momento. Por lo cual las diferencias entre países, regiones y épocas se expresan sólo en cambios en los parámetros del modelo y nunca en su lógica de operación (Rubery, 1993, Capítulo 11).

   Actualmente la segregación ocupacional es reconocida por las economistas feministas de todas las corrientes del pensamiento como una de las causas principales de la desigualdad entre los sexos. Sin embargo, al momento de explicar las diferencias salariales, el feminismo neoclásico hace desaparecer del escenario a la segregación ocupacional o la transforma en un producto secundario de las diferencias en calificación para el trabajo (inversión en capital humano) o de la discriminación abierta y deliberada por parte de los empleadores. Así, la pretendida importancia de la segregación se minimiza en los hechos (por ejemplo, Groshen, 1991; Blau, Ferber y Winkler 1998, capítulos 6, 7 y 8).


3. Mujeres en el Desarrollo


   La preocupación feminista por la opresión de las mujeres y el debate que tuvo lugar dentro de la academia pronto penetraron en los agencias internacionales de desarrollo y de ayuda al desarrollo, y de allí a las instancias nacionales de planificación económica y social.

   En el decenio de los setenta las mujeres aparecen por primera vez de manera explícita en el discurso oficial sobre el desarrollo, con el surgimiento de una perspectiva caracterizada como Mujeres en el Desarrollo (MED) que hizo visible la aportación femenina a la economía de los países de la periferia, cuestionó la "neutralidad del desarrollo" (ya que las mujeres eran marginadas de los planes y programas relativos a la producción y su acceso a la capacitación y los recursos productivos era muy limitado), y buscaba la igualdad entre los sexos mediante una mayor y mejor integración de las mujeres a la actividad económica para el mercado. Esto implicó un cambio radical respecto los años cincuenta y sesenta, cuando la mujer era vista por los encargados de la planificación del desarrollo como un ser pasivo, a quien se consideraba exclusivamente como receptora de determinados programas de bienestar social, en su papel de ama de casa y madre; mientras que los programas correspondientes a la parte principal de la planificación (la producción para el mercado) estaban orientados implícitamente o explícitamente a la población masculina, o se les consideraba neutros al género (kabeer, 1998, Monreal, 1999).

   El cambio de enfoque respecto al papel que se concede a las mujeres en el desarrollo coincide con un cuestionamiento más general acerca de la propia definición de desarrollo. Las convicciones anteriores de que el crecimiento del producto interno bruto bastaba como medida del desarrollo y que los frutos del crecimiento económico se filtrarían poco a poco hasta abarcar a todas las capas de la sociedad contrastaban con la experiencia de los países del tercer mundo en la así llamada por la ONU Primera Década del Desarrollo (1961-1970). En muchos de ellos se registraron altas tasas de crecimiento económico, pero la pobreza y la desigualdad social persistieron o incluso aumentaron. Esto provocó una reformulación de las metas de desarrollo económico que tomaba más en cuenta la disminución de la pobreza y la satisfacción de necesidades básicas. En ese entonces los gobiernos de los países en desarrollo tenían, en general, el papel de promotores del desarrollo económico mediante políticas de fomento y regulación de la inversión y producción privada, e incluso mediante la participación directa del Estado en la actividad económica.

   MED se implementó desde las agencias de desarrollo de las Naciones Unidas y de Estados Unidos. Su origen se puede encontrar en la publicación del Libro de Boserup (1970) y en la proliferación de estudios sobre las mujeres del Tercer Mundo, que tuvo lugar a finales de esa década. A partir de entonces esa gran productividad ha continuado con artículos científicos, libros, informes de conferencias y documentos políticos de todo tipo. En 1973, mediante la enmienda Percy a la Ley de Asistencia a Extranjeros de Estados Unidos, se estableció el principio de que "la asistencia al desarrollo debería intentar mejorar la posición de la mujeres del Tercer Mundo integrándolas en el proceso de desarrollo". En 1975, el Banco Mundial publicó un folleto titulado: La Integración de la Mujer al desarrollo: la experiencia del Banco Mundial, donde se planteaba la necesidad de un reconocimiento del papel económico de la mujer en el desarrollo. La Conferencia Mundial de la Mujer de México (1975) y la década de la Mujer de las Naciones Unidas (1975-1985), dieron expresión a las mayores preocupaciones sobre las mujeres de todo el mundo: mejorar la educación y las oportunidades de empleo, igualdad en la participación política y social (Monreal, 1999).

   Tales preocupaciones pronto se extendieron a otros organismos oficiales involucrados en la ayuda al desarrollo. Por ejemplo el Comité de Ayuda al Desarrollo (CAD) de la OCDE convocó a su primera reunión sobre mujer y desarrollo en 1975, paralelamente a la Conferencia Mundial de la Mujer de México, donde se creó un grupo de trabajo 9que se haría cargo del cumplimiento de los compromisos surgidos de las sucesivas Conferencias Mundiales sobre la Mujer, por parte de los países miembros.

   Como señala Monreal (1999), el enfoque MED se convirtió en la base organizativa de la producción del conocimiento sobre las mujeres de la periferia. MED no es sólo un cuerpo de teorías, instituciones y prácticas de desarrollo respecto a las mujeres, sino también una forma de conocerlas y conceptualizarlas.

   El Plan Mundial de Acción que surgió de la Conferencia internacional de mujeres de 1975 contenía un ambicioso programa que pretendía la igualdad entre los sexos. No obstante este llamado al cambio radical se esfumó en el momento de la puesta en práctica. A la integración de las mujeres al desarrollo se le dio cabida vinculándolo a la preocupación por el alivio de la pobreza y las necesidades básicas de la familia, mientras que los proyectos de generación de ingresos tuvieron lugar en entornos sexualmente segregados, habitualmente cerca del hogar en actividades marginales y financieramente inviables elegidas por su compatibilidad con los papeles reproductores/domésticos de las mujeres más que por el rendimiento económico de éstas (Kabeer, 1998, cap. 2; López y Alcalde, 1999).

   El enfoque MED ha sido objeto de abundantes críticas procedentes de distintos ámbitos, en particular de la academia y de las feministas del tercer mundo.

   Siguiendo a Kabeer (1998, cap. 2) el problema de basarse en las mujeres, como categoría analítica para abordar las desigualdades de género condujo a centrarse en las mujeres, aisladas de las relaciones por las que se perpetúan esas desigualdades. La deducción fue que el problema, y por lo tanto su solución, atañen sólo a las mujeres. Por otra parte, la interpretación de MED conserva las premisas fundamentales de la visión liberal del mundo, donde no se cuestiona el modelo de desarrollo, sino únicamente el hecho de que las mujeres no se hubiesen beneficiado de él; no era la solución del mercado la que había fallado a las mujeres, sino las prácticas discriminatorias de los planificadores y empleadores. En consecuencia, era necesario asegurar que los beneficios de la modernización llegasen a las mujeres mejorando su acceso al mercado y a la esfera pública, especialmente mediante la educación y la capacitación.

   Una de las críticas más reiteradas desde el feminismo de los países de la periferia al enfoque MED es que homogeneiza a los hombres y a las mujeres, al no tomar en cuenta las asimetrías estructurales entrelazadas dentro y entre las naciones. El problema real no era que los frutos del desarrollo se hubiesen distribuido de manera dicotómica beneficiando de manera uniforme a todos los hombres y con desventajas uniformes para todas las mujeres; el problema era más bien del modelo de desarrollo. La mayoría de los hombres y muchas mujeres estaban integrados al proceso de desarrollo, pero con muy desiguales beneficios debido al entretejido de relaciones de clase, de género, de etnia o raza y al orden económico internacional (Kabeer, 1998, capítulos 1 y 2; López y Alcalde, 1999, Monreal, 1999)

   En la mayoría de los casos, los proyectos de desarrollo patrocinados y ejecutados por organizaciones occidentales reflejan prejuicios etnocentristas en lo que se refiere a la división sexual del trabajo y la distribución de los ingresos y los recursos. El hecho de que en los países beneficiarios un gran número de proyectos haya fracasado o no haya logrado sus objetivos se debe a que los planificadores han ignorado las estructuras sociales y familiares en las que tiene lugar el desarrollo y que difieren claramente del modelo occidental (Ostergaard, 1991).


4. De Mujeres en el Desarrollo a Género en el Desarrollo


   Los avances del pensamiento feminista también se vieron reflejados en los documentos oficiales sobre desarrollo y cooperación al desarrollo. En los años ochenta se introduce la noción de género, se renuevan las propuestas y se habla de las mujeres como sujetos de cambio y como agentes activos del desarrollo. Así, el enfoque de MED, centrado en las mujeres y su participación en el desarrollo, es sustituido paulatinamente por el de Género en el Desarrollo (GED), un enfoque más amplio e integrado, centrado en la igualdad entre los hombres y las mujeres como tema transversal de los distintos ámbitos del desarrollo y la cooperación.

   Un análisis de la desigualdad de género en el proceso de desarrollo desde el punto de vista de las relaciones de poder tiene implicaciones de largo alcance. Puede ser utilizado para entender y abordar los problemas de subordinación de las mujeres, así como para indagar hasta que punto las relaciones de género están cambiando y si la situación de los hombres es siempre una de privilegio.

   A esta evolución del discurso oficial sobre las relaciones de género contribuyeron varios factores:

   a) Las críticas de que fue objeto el enfoque MED; b) la creación y consolidación, en las agencias internacionales, de organismos e instancias responsables de garantizar que las mujeres fueran integradas a sus estrategias de desarrollo; c) los resultados de numerosas investigaciones sobre la situación de las mujeres y las relaciones de género en las más diversas realidades del tercer mundo, llevados a cabo en la academia, en los propios organismos internacionales involucrados en el desarrollo o auspiciados por éstos.

  Sin lugar a dudas, las conferencias mundiales de la mujer (México 1975, Copenhague 1980, Nairobi 1985 y Beijin 1995).y sus largos trabajos preparatorios, así como la Década Internacional de las Mujeres de Naciones Unidas (1975-1985) han desempeñado un papel importante en la generación y divulgación del conocimiento sobre el tema de género.

   El cambio de énfasis, de MED a GED, se ve plasmado en las Declaraciones y Plataformas de Acción de las Conferencias Mundiales de la Mujer de Nairobi (1985) y de Beijing (1995). En Beijing se reconoció la igualdad entre hombres y mujeres como una cuestión importante para el conjunto de la sociedad más que como un "tema de mujeres" y se hizo especial hincapié en la necesidad de integrar la perspectiva de género en todas las políticas y prácticas de cooperación, como elemento esencial para la promoción del desarrollo.

  Poco después de la Conferencia de Beijing, los miembros del Comité de Ayuda al Desarrollo de la OCDE hicieron explícito el cambio de enfoque de MED a GED. Lo mismo ocurrió en la Unión Europea, en diciembre del mismo año, cuando el Consejo de Desarrollo de la Unión Europea aprobó la Resolución sobre la Integración de la cuestión de género en la Cooperación al Desarrollo de la Unión Europea y los Estados miembros, después de examinar los resultados de una evaluación realizada por la Comisión de las Comunidades Europeas sobre los efectos de las políticas de Mujeres y Desarrollo, donde se observaba que pese a los esfuerzos realizados por las administraciones de muchos países europeos y por la referida Comisión de las Comunidades, la participación de las mujeres en el Desarrollo seguía siendo una cuestión más bien marginal (Ministerio de Asuntos Exteriores, 2000, capítulo IV y 2001, capítulo 9).

   El CAD de la OCDE, la Unión Europea, los principales organismo de desarrollo, y la propia Ley Española de Cooperación han recogido la igualdad de género como objetivo estratégico del desarrollo humano sostenible.

  En cuanto a la ayuda no oficial al desarrollo, el tema de las mujeres ocupa un lugar importante debido a que una de las formas de organización del movimiento feminista ha sido mediante la conformación de ONG´s, especialmente a partir de los años noventa. Hay una vinculación creciente entre la cooperación oficial y no oficial a través del financiamiento público (López y Alcalde, 1999; Vargas, et. al, 1997).

  A lo largo de las tres últimas décadas, muchas demandas del feminismo fueron acogidas en las legislaciones de diversos países, en la creación de organismos e instancias para atender los asuntos de las mujeres y en el establecimiento de cuotas para asegurar una mayor presencia femenina en los espacios de negociación. Un resultado importante del movimiento de mujeres ha sido la institucionalización de los estudios de género en las universidades de países del centro y de la periferia, lo que ha significado una enorme ganancia para la producción de conocimiento y la formación de nuevos feminismos. Entre otros cambios significativos se puede mencionar la profesionalización de ciertos temas feministas como salud reproductiva y derechos reproductivos y sexuales, así como la injerencia femenina en asuntos relevantes como los derechos humanos.

   Sin embargo, el alcance de las acciones realizadas hasta el momento es muy limitado en términos de la vida cotidiana de la mayoría de las mujeres de la periferia. Se ha logrado mucho en términos de "política simbólica", pero bastante menos en términos de logros concretos.

   Cuando se analizan los efectos para las mujeres de las acciones llevadas a cabo en el marco de la cooperación internacional , deben distinguirse varios aspectos. No son las acciones directamente acordadas a favor de las mujeres las más importantes, sino sobre todo el conjunto de decisiones que caracterizan el "nuevo orden económico internacional" y que conllevan efectos mayores para la vida cotidiana de las mujeres y de los hombres de las diversas regiones del tercer mundo.

  La crítica feminista ha mostrado que los proyectos destinados a promover "la integración de las mujeres en el desarrollo" han tenido a menudo efectos negativos porque han desatendido el estado de las relaciones socialmente definidas entre los hombres y las mujeres en cada contexto socioeconómico. Conviene sin embargo subrayar que estas se inscriben en un contexto político y económico global marcado por las relaciones de desigualdad y de dominación que ligan al centro con la periferia, y casi siempre en un contexto local caracterizado por una enorme polarización social.

   Es irónico que el hincapié en las mujeres como agentes económicos con derechos propios surja en un momento en que el interés dominante de los donantes, bajo la égida del FMI y el BM, está en la liberalización del mercado y el desmantelamiento de los controles estatales.

   Hay que recordar que en los años ochenta, en el momento en que se proponía impulsar las políticas de integración de las mujeres en el desarrollo, las instituciones financieras internacionales generalizaban las medidas de ajuste estructural al conjunto de los países Tercer Mundo, a raíz de la crisis de la deuda. Esa política económica, conocida como consenso de Washington 10, ha tenido efectos negativos (devastadores en algunos casos) sobre el nivel de vida de la mayoría de los hombres y de las mujeres y la pobreza absoluta y relativa se han incrementado.

   En circunstancias en que la estrategia de desarrollo tiende a excluir a proporciones crecientes de la población, la ayuda al desarrollo se convierte en un mero paliativo a la pobreza. Debido a la fe ciega en el mercado como mecanismo para lograr la mejor asignación posible de recursos, hay una involución a la definición del desarrollo reinante antes del surgimiento de MED. Así, el cambio de MED a GED queda sólo en el discurso, con la diferencia de que las "ayudas a los pobres" se canalizarán a las mujeres en mayor medida que en el pasado. En los países de la periferia difícilmente podrá haber desarrollo humano, y menos sostenible, mientras las condiciones materiales de existencia de la mayoría de la población (hombres y mujeres) no mejoren significativamente.

  Por último, es pertinente señalar una falla visible en los estudios sobre género: con pocas excepciones (por ejemplo, Jonung y Persson, 1993 y Jackson, 2000) es que privilegian el análisis de la situación de las mujeres, mientras que muestran cierta indiferencia hacia la situación de los varones, al darse por un hecho que ésta es siempre mejor que la de las mujeres. Con ésta práctica de volver invisibles a los hombres se cancela parte importante del potencial que brinda, en abstracto, la perspectiva de género, y se corre el riesgo de obtener una imagen distorsionada de la realidad. Un buen ejemplo de la tergiversación a que puede conducir una observación sesgada de los hechos es la reiterada aseveración acerca de la feminización de la pobreza (por ejemplo: Ostergaard, 1991, p.17; Kabeer, 1998, p.27; Vargas y López, 1999, p.131), que desafortunadamente se ha convertido ya en lugar común. Tal conjetura se deriva de la constatación de una alta frecuencia de ingresos sumamente bajos entre las mujeres que participan en el trabajo remunerado o entre los hogares encabezados por mujeres de determinados países; sin embargo no se presentan evidencias (y lo más probable es que no existan) acerca de que los varones o los hogares encabezados por ellos hayan podido resguardarse del empobrecimiento generado por un "estilo de desarrollo" cada vez más excluyente. De acuerdo con el informe bianual de UNIFEM no hay indicadores confiables para determinar hasta que punto las mujeres están representadas excesivamente en la población con ingresos por debajo del nivel de pobreza. "El estimativo que se cita repetidamente de que el 70% de los pobres son mujeres carece de fundamento" (UNIFEM, 2000,p.12).

   No cabe duda de que como resultado de las investigaciones llevadas a cabo durante las últimas tres décadas en la academia y en el ámbito de los organismos oficiales nacionales e internacionales 11 hoy se sabe mucho más sobre las características comunes, las diferencias y complejidades de las mujeres en todo el mundo. Pero para entender las relaciones de género, también es necesario hacer mucho más énfasis en el estudio de los cambios que están experimentando los roles masculinos en los distintos países del mundo, según clase y estrato social, etnia o raza, o cualquier otra forma de diferenciación social existente.

   Tales conocimientos son indispensables para orientar por un cauce adecuado las políticas de desarrollo y la cooperación al desarrollo.


Bibliografía


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Notas a pie de página

* Profesora de la Facultad de Economía de la Universidad Nacional Autónoma de México y Profesora visitante de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales de la Universidad Autónoma de Madrid.

1 El índice de desarrollo humano vinculado con el género aparece por vez primera en PNUD, 1995.

2 La cooperación oficial es aquella que llevan a cabo los gobiernos de los países industrializados o los organismos internacionales, mientras la no oficial es la que realizan las personas privadas reunidas normalmente en organizaciones no gubernamentales (Herrera y Santamaría, 2001).

3 Por ejemplo Benería y Roldán (1992), economistas de orientación marxista, definen el género como "una red de creencias, rasgos de personalidad, actitudes, sentimientos, valores, conductas y actividades que diferencian al hombre de la mujer mediante un proceso de construcción social". Blau, Ferber y Winkler (1998), economistas neoclásicas, señalan que "Tradicionalmente, los términos sexo (sex) y género (gender) se usaban indistintamente para referirse a las diferencias biológicas entre hombres y mujeres. Más recientemente, se ha vuelto común usar el término sexo par referirse a las diferencias biológicas, y género para abarcar las distinciones que la sociedad ha erigido sobre la base biológica. Así, género connota una construcción social, que incluye distinciones de roles y comportamientos, así como características mentales y sentimentales".

4 Rubin (1975) argumenta que el concepto sistema sexo-género es más fructífero que el de patriarcado por ser un concepto neutral referido al concepto de sexualidad, mientras que el patriarcado se refiere a una forma específica de sistema sexo-género, que es opresivo hacia las mujeres.

5 Los enfoques biologístas perdieron aceptación, sobre todo en las últimas tres décadas debido a la influencia de las teorías feministas. No obstante, para algunas vertientes del feminismo radical (que considera al patriarcado como la forma primaria de dominación), tal subordinación de la mujer se origina básicamente en su fisiología reproductiva, que la hace depender del hombre Firestone (1971).

6 Una discusión más amplia sobre este tema puede encontrarse en Rendón, 1997.

7 Mientras la curva de oferta individual de cualquier mercancía distinta a la fuerza de trabajo corresponde a los costos marginales de producción, la oferta individual (personal o familiar) de fuerza de trabajo está determinada por las preferencias personales, que se derivan de una función de utilidad, donde se opta libremente entre el ocio o el trabajo.

8 Una crítica de la teoría neoclásica del consumo se encuentra en (Ackerman, 1997)

9 En un inicio se le denominó Grupo de Trabajo sobre Participación de la Mujer en el Desarrollo y en 1995 cambió su nombre a Grupo de Trabajo sobre igualdad de Hombres y mujeres.

10 Williamson (1990) caracterizó a esta nueva estrategia de desarrollo como "Consenso de Washington" por contar con el respaldo Tesoro de Estados Unidos y de las instituciones financieras internacionales con sede en Washington (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y Banco Interamericano de Desarrollo).

11 En este sentido, ha jugado un papel muy importante la generación de estadísticas desglosadas por sexo sobre múltiples aspectos económicos y sociales, por parte de los organismos oficiales nacionales e internacionales.


 


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Autor: Teresa Rendón
Dirección: Universidad Nacional Autónoma de México - UAM

 

 

 

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